Este cuento va dedicado a todos aquellos que se atreven a explorar, a descubrir lo que son capaces de hacer, sin miedos ni conformismos.

Lidia Vargas Toral

Érase una vez un maestro de la sabiduría que paseaba por el campo junto a su discípulo.

A lo lejos, se encontraron una humilde casa de madera y decidieron acercarse.

¡Mira! ¿Quién vivirá ahí?

¡Hola!

¡Vengan, amigos!

¡Hola!

¿Cómo están?

Allí, en la cima de la montaña, vivían una pareja y sus tres hijos.

Todos iban mal vestidos, con ropa sucia y rota. Sus pies estaban descalzos y el entorno denotaba una pobreza extrema.

El Maestro les preguntó cómo hacían para sobrevivir, ya que allí no existían industrias ni comercio, ni se veía riqueza por ninguna parte.

Con calma, el padre contestó: “mire usted, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche cada día. Una parte la vendemos y con el dinero compramos otras cosas y la otra parte la utilizamos para consumo propio. De esta forma sobrevivimos”.

Esta es nuestra querida vaquita .