Se lo dedico a Perayo-ba :D
Cuando tenía cinco años mis padres, mi hermana y yo alquilamos una casa en verano para pasar unas semanas. Yo tenía mi propio cuarto con una cama grande para mí solo. Era verano y me costaba mucho dormir, me pasaba las noches dando vueltas. Hasta que un día oí algo debajo de la cama.
Me asomé y vi una máscara de madera con una gran sonrisa tallada en ella. Por los agujeros de los ojos vi unas brillantes luces que me miraban fijamente. Me asusté, no voy a mentir, pero aún así me quedé observando. No podía apartar la mirada.
Era horripilante y aún así me gustaba. No supe qué decir o hacer, simplemente sonreí tanto o más que su máscara. Se movió un poco, y las luces de sus ojos se apagaron. Volví a tumbarme en la cama, mirando al techo, aún pensando en lo que acababa de ver. Así conseguí quedarme dormido.
A la mañana siguiente se lo conté a mis padres y a mi hermana mientras desayunábamos. Se rieron un poco de mí, y me dijeron que seguramente fuera una pesadilla. Pero las pesadillas dan miedo, y a mí esa cosa me había gustado.
Mis amigos me trataron de la misma forma. Al parecer nadie me creía y todos me tomaban por idiota.
Esa misma noche hablé a solas con mi padre.
—¿Tú crees que estoy loco? —le pregunté.
—Si tú dices que lo has visto, yo te creo, hijo.
—¿De verdad? ¿Crees que soy normal?
—Eres normal, como tu hermana, tu madre y yo. Simplemente tu mente cree en cosas distintas.
Cuando llegó mi hora de dormir, la conversación con mi madre fue bastante diferente. Ella era bastante escéptica y dudaba de todo lo que decíamos. Me dijo que debía dejar de darle vueltas a esas cosas y dormir bien. Casi como si me estuviera regañando.
Fue exactamente igual que la vez anterior: me fui a la cama a las once, estuve hasta las dos dando vueltas, y volví a sentir algo moverse bajo la cama.
Volví a asomarme, no había nada. Quizá mi madre no estaba tan equivocada y solo fue un mal sueño. Pero yo me aferraba a la idea de que había algo más que mi imaginación metido en ese asunto.
Estaba casi seguro de que había algo extraño. Me quedé mirando boca abajo bajo la cama hasta que sentí la sangre llegarme a la cabeza, junto a un mareo muy fuerte.
Me volví a tumbar y sentí algo subir por mi pierna. Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero, de la cabeza a los pies. No estaba seguro de si quería saber lo que era. No aparté la pierna, pero tampoco intentaba respirar, por si acaso. Tenía miedo aunque no quería admitirlo.
Lo que había bajo la cama se sentó en el colchón. Tenía la cabeza tapada con las sábanas, pero podía ver esas grandes luces brillantes que tenía por ojos por los agujeros de su enorme máscara de madera.
—No tienes por qué tener miedo —susurró.
Tenía una voz ronca y profunda, fue un susurró pero aún así sus palabras inundaron toda la habitación.
Las siguientes noches fueron todas iguales. Durante más de dos semanas, aparecía bajo mi cama y me susurraba que no tuviera miedo. Siempre igual: siempre los mismos gestos; siempre las mismas palabras.
No dije nada a nadie, ya creían que no estaba cuerdo y no les daría más motivos para hacerlo. Yo también llegué a pensar que no era real, pero la forma en la que me acarició la cara era auténtica.
La noche del 23 de julio la recuerdo muy bien. Mis padres me anunciaron a mí y a mi hermana que mañana por la mañana volvíamos a nuestra ciudad. Cuando dieron las once y me mandaron a la cama, no sabía cómo sentirme.
Volvería a casa, y todo regresaría a la normalidad. ¿Qué pasaría con esa cosa que había debajo de mi cama?
No tuve que dar vueltas esa noche para que apareciera. Señaló por mi ventana el camino que llevaba al bosque.
—Acompáñame —una vez más, su voz inundó mi cuarto—, te enseñaré a mis amigos.
Me cubrí con las sábanas hasta la nariz, dejando mis ojos al descubierto para poder verle bien. No tenía miedo, pero quién sabía qué podía pasar.
Me negué a acompañarle. No dije nada, pero el hecho de que me quedara inmóvil creo que le dio la pista de que no quería irme con él a ninguna parte. No era lo que deseaba precisamente.
Volvió a meterse bajo la cama, y las luces de sus ojos dejaron de brillar. Me relajé, soltando un largo suspiro, cerrando los ojos en vano, ya que esa noche solo dormí cerca de media hora.
Finalmente mis padres, mi hermana y yo volvimos a nuestra ciudad. A día de hoy, a mis 22 años, fui a esa casa y seguí el camino que me indicó, el cual por cierto era bastante largo y tenía bastantes baches.
Cuando llegué al final, a una zona bastante oscura del bosque, llegué a un cementerio. Inspeccioné las lápidas, y todos los cadáveres eran de niños de cinco años: la edad que tenía yo cuando me encontré con esa cosa.
Se lo dedico a Perayo-ba :D
Cuando tenía cinco años mis padres, mi hermana y yo alquilamos una casa en verano para pasar unas semanas. Yo tenía mi propio cuarto con una cama grande para mí solo. Era verano y me costaba mucho dormir, me pasaba las noches dando vueltas. Hasta que un día oí algo debajo de la cama.
Me asomé y vi una máscara de madera con una gran sonrisa tallada en ella. Por los agujeros de los ojos vi unas brillantes luces que me miraban fijamente. Me asusté, no voy a mentir, pero aún así me quedé observando. No podía apartar la mirada.